Instan a los episcopales a actuar para proteger el Refugio Nacional de la Vida Salvaje del Ártico

Las compañías energéticas codician ‘el sagrado lugar donde empieza la vida’

Por Lynette Wilson
Posted Apr 21, 2015
Una manada de caribúes Purcopine en la zona 1002 de la planicie costera del Refugio Nacional de la Vida Salvaje del Ártico, con las montañas Brooks en la distancia al sur. Foto de U.S. Fish and Wildlife Service.

Una manada de caribúes Purcopine en la zona 1002 de la planicie costera del Refugio Nacional de la Vida Salvaje del Ártico, con las montañas Brooks en la distancia al sur. Foto de U.S. Fish and Wildlife Service.

[Episcopal News Service] Para las compañías productoras de energía, el Refugio Nacional de la Vida Salvaje del Ártico, en particular su planicie costera de 607.000 hectáreas, representa una valiosa veta potencial de petróleo y gas natural. Para los gwich’in, el pueblo indígena que durante siglos lo ha llamado su hogar, [el sitio] es sagrado.

Este conflicto lleva andando durante más de 30 años de un debate contencioso respecto a si esta planicie costera debe de abrirse a la explotación petrolera o mantenerse como un hábitat intocado. El ecosistema biológicamente diverso es el hogar del caribú Purcopine, de osos polares, de lobos grises, de ovejas Dall, del toro almizclero, de 42 especies de peces y de más de 200 especies de aves.

Es un debate permanente que sólo el Congreso de EE.UU. puede resolver, y una vez más está en el radar con la reciente introducción de un proyecto de ley en la Cámara que designaría la planicie costera como una zona virgen, que quedaría definitivamente al margen de la explotación de hidrocarburos. El 21 de abril —la víspera del Día de la Tierra— y como parte de la campaña de 30 Días de Acción de la Sociedad Misionera Nacional y Extranjera (DFMS), se instará a los episcopales a abogar a favor de la designación de la planicie costera como zona virgen.

Situado en el extremo del refugio ártico sobre la costa del mar de Beaufort, justo al este de los campos petrolíferos de la bahía de Prudhoe, la planicie costera es el territorio donde se reproduce el caribú Purcopine, llamado así por el vecino río Purcopine.

El pueblo Gwich’in, que ha dependido del caribú durante miles de años, se refiere a la planicie costera como “el lugar sagrado donde empieza la vida”.

Los gwich’in, el 90 por ciento de los cuales son episcopales, se han enfrentado a los funcionarios conservadores de su estado para proteger la planicie costera del desarrollo y de la perforación petrolífera. La designación de zona virgen también protegería los derechos culturales y de subsistencia del pueblo gwich’in.

“Dependemos de las manadas de caribúes Purcopine para nuestra supervivencia y si la salud de esa manada se ve amenazada, ello amenaza nuestro modo de vida. Un día tendremos que volver a una vida más sencilla y no podremos hacerlo si la manada se ha ido”, dijo Princess Daazhraii Johnson, episcopal de toda la vida y ex directora ejecutiva del Comité Directivo Gwich’in.

En1988, miembros provenientes de toda la Nación Gwich’in se reunieron en Arctic Village, Alaska, en el rincón sudeste del refugio ártico, para una asamblea peculiar en más de un siglo. Acudieron en aerotaxis provenientes de 15 remotas aldeas, dispersas a través del nordeste de Alaska y el noroeste de Canadá —aldeas localizadas en la ruta migratoria del caribú— y crearon el Comité Directivo Gwich’in, explicó Johnson, en una llamada telefónica con Episcopal News Service desde la iglesia episcopal de San Mateo [St. Matthew’s Episcopal Church] en Fairbanks.

“No habíamos tenido una reunión como esta en 100 años, pero esta fue una discusión seria”, explicó ella. “Yo tenía 14 años en ese momento. Mi familia asistió a la reunión. Yo no estuve, pero las ramificaciones tuvieron un gran impacto en mi vida”.

Noventa y cinco por ciento de la Ladera Norte de Alaska ya está abierta al desarrollo, dijo Johnson. Abrir la planicie costera tendría una repercusión mundial.

“Penetrar en el refugio es simbólico… Enviaría un mensaje de que no hay lugares permanentemente protegidos, [que] ningún lugar es sagrado”, dijo “ [que] nuestra sed por extraer petróleo va a sobreponerse a eso”.

A través del debate, las voces indígenas han sido marginadas, y a las culturas nativas se les ha caracterizado como ingenuas, descartando el hecho de que los pueblos indígenas han vivido en su tierra ancestral en el Ártico durante siglos, y que han sufrido de primera mano los efectos del cambio climático.

“Me siento muy agradecida de que la Iglesia Episcopal siempre ha elevado su voz”, dijo ella.

La participación de la Iglesia

La Iglesia Episcopal ha estado en Alaska desde mediados del siglo XIX, y los gwich’in han sido casi en su totalidad miembros de la Iglesia, dijo el Rdo. Scott Fisher, rector de San Mateo, quien participó en la entrevista telefónica desde su parroquia.

El apoyo de la Iglesia Episcopal para proteger el refugio del Ártico, explicó él, comenzó en la Diócesis de Alaska, donde el clero gwich’in introdujo el asunto por primera vez y luego lo presentó ante la Convención General.

En 1991, la Convención General aprobó una resolución por la que oponía a la explotación de petróleo en el refugio del Ártico y se comprometía a trabajar en pro de una legislación “para mejorar la eficiencia y la conservación energéticas de manera que perforar en esta zona prístina no sería necesario”.

Clérigos gwich’in y el obispo de Alaska, Mark Lattime, posan para una foto en la iglesia episcopal de San Mateo en Fairbanks en junio de 2014, luego de una histórica eucaristía en lengua takudh. Foto cortesía de Scott Fisher.

Clérigos gwich’in y el obispo de Alaska, Mark Lattime, posan para una foto en la iglesia episcopal de San Mateo en Fairbanks en junio de 2014, luego de una histórica eucaristía en lengua takudh. Foto cortesía de Scott Fisher.

“El Refugio Nacional de la Vida Salvaje del Ártico es más que la preservación de una zona virgen establecida para proteger la pérdida de delicados ecosistemas árticos, es también un lugar sagrado: el hogar espiritual y cultural del pueblo gwich’in”, escribió [el Rvdmo.] Mark Lattimel, obispo de Alaska, en un e-mail a ENS, cuando le preguntaron sobre la importancia del continuo apoyo de la Iglesia Episcopal.

“Todos los cristianos están llamados a buscar la justicia y la paz entre todos los pueblos, y a respetar la dignidad de todo ser humano. Esto es el voto sagrado del bautismo. Como obispo de la Diócesis Episcopal de Alaska, la Iglesia que la mayoría de los gwich’in identifica como suya, llamó a las personas de fe, especialmente a los episcopales, a escuchar la voz del pueblo gwich’in cuando procura proteger no sólo el medioambiente y la paz de su hogar, sino el respeto a su modo de vida y a la dignidad que éste conlleva”.

In 2005 la Iglesia Episcopal se asoció con el Comité Directivo Gwich’in en un informe sobre las implicaciones en los derechos humanos de las perforaciones [petrolíferas] en el refugio.

La perspectiva histórico-política

En 1960, un año después de que Alaska se convirtiera en estado, el presidente Dwight Eisenhower reservó 3,4 millones de hectáreas en la Ladera Norte y la designó “Pradera Nacional de la Vida Salvaje del Ártico”.

Las crisis en el Oriente Medio de los años setenta, la rebelión de la OPEC de 1973-74 y la revolución de Irán de 1979 aumentaron dramáticamente los precios del petróleo, y la explotación en la bahía de Prudhoe, que anteriormente había sido demasiado costosa, se hizo rentable. En la actualidad es el mayor yacimiento petrolífero de América del Norte.

En 1980, el presidente Jimmy Carter y el Congreso, en conformidad con la Ley de Conservación de Tierras de Interés Nacional en Alaska, aumentó en más del doble la zona de preservación, rebautizándola como “Refugio Nacional de la Vida Salvaje del Ártico”.

Aunque la Ley de Conservación de Tierras de Interés Nacional en Alaska exigía que el estado pusiera la utilización [de recursos] para la subsistencia del pueblo indígena por encima de todo lo demás y prohibía las exploraciones de petróleo y gas en el rincón nordeste a lo largo de la planicie costera, dejó la posibilidad de futuras exploraciones en manos de congreso.

En 1987, cuando Ronald Reagan era presidente, el Departamento del Interior de EE.UU. recomendó que el Congreso abriera la planicie costera a la explotación petrolífera. El presidente George H.W. Bush, que comenzó su presidencia en 1989, hizo de la perforación en el refugio una pieza central de su política energética, y a principios de marzo de 1989 un subcomité del Senado aprobó un arrendamiento en la planicie costera. El 24 de marzo de 1989, el Exxon Valdez vertió más de 11 millones de galones de petróleo crudo en el estrecho del Príncipe William.

Cuando Irak invadió a Kuwait y más tarde incendió sus yacimientos petrolíferos, la posibilidad de perforar en el refugio del Ártico  adquirió nuevamente vigencia y finalmente se abrió paso en un paquete presupuestario que el presidente Bill Clinton vetó. Luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre y de un aumento en los precios del petróleo, el presidente George W. Bush, al igual que su padre, pensó que perforar en la planicie costera debía de ser parte de la política energética del país.

A principios de enero de este año, se presentó en la Cámara de Representantes federal con apoyo bipartidario la Ley de la Zona Virgen del Ártico Udall-Eisenhower .  Si es aprobada, protegería de manera permanente 4,9 millones de hectáreas —incluida la planicie costera. El 25 de enero el presidente Barack Obama respaldó el proyecto de ley. Si lo aprueban, la zona se convertiría en la mayor zona virgen protegida desde la aprobación de la Ley de Zonas Vírgenes en 1964.

Defensa continua

La Iglesia Episcopal se unió a otras comunidades religiosas para darle las gracias a Obama por tomar una medida que “representa un paso decisivo en la protección de una parte sagrada de la creación de Dios, y le damos las gracias por empeñarse en salvaguardar este tesoro nacional”.

“Participamos en esta labor de defensa no sólo por nuestra preocupación de administrar la creación de Dios, sino también por mostrarnos en solidaridad con nuestros hermanos y hermanas gwich’in que viven en el Ártico y dependen de las manadas del caribú Purcopine para su subsistencia diaria”, dijo Jayce Hafner, analista de política nacional para la DFMS.

La Iglesia Episcopal en su 77ª. Convención General en 2012 aprobó una legislación en la que decía que “estaba en solidaridad con esas comunidades que llevan las cargas del cambio climático global”, entre ellos los pueblos indígenas.

“La Iglesia Episcopal, la comunidad religiosa en un sentido más amplio y otras [entidades] se han mostrado realmente solidarias de los gwich’in, pero para mí hay un panorama más grande y más amplio”, dijo Johnson. “Necesitamos una economía más compasiva y debemos pensar en el cambio climático: las personas más afectadas son indígenas, pero todo el mundo está afectado”.

Los indígenas de Alaska ya han comenzado a experimentar cambios significativos en su entorno natural, explicó Johnson durante un panel sobre las repercusiones regionales del cambio climático. El panel fue parte del foro del 24 de marzo en Los Ángeles que tuvo lugar para crear conciencia a través de la Iglesia Episcopal de los efectos del cambio climático.

“El Ártico es uno de los lugares del planeta que se está entibiando más rápidamente y estamos viendo derretirse las capas de hielo, nuestros glaciares están desapareciendo, la costra congelada se está derritiendo, [y hay] erosión costera”, dijo Johnson durante el foro. “Ya tenemos a comunidades enteras que deben ser relocalizadas”.

El cambio climático es el cambio gradual en la temperatura global causado por acumulación de gases de efecto invernadero que atrapan el calor en la atmósfera y, en consecuencia, alteran la temperatura de la tierra. Algunas zonas se tornan más cálidas, así como otras se hacen más frías. Por ejemplo, la zona continental de Estados Unidos experimentó el invierno más frío que se conoce desde que comenzara este registro formal de las temperaturas a fines del siglo XIX, mientras que Alaska experimentó un invierno moderado para la estación.

Proteger la planicie costera del Ártico es particularmente importante ahora mismo, dijo Hafner, mientras el planeta confronta las emisiones de carbón producidas por la extracción de combustible fósil, lo cual, a su vez, contribuye al cambio climático.

“Estamos sosteniendo estas conversaciones en la esfera local de las comunidades parroquiales, en la esfera nacional con el Plan Presidencial para la Energía Limpia, y en el ámbito internacional con las negociaciones de la Convención sobre el Cambio Climático en el Marco de las Naciones Unidas que culminarán en París en diciembre”, afirmó ella.

El objetivo de la conferencia de París es forjar un acuerdo internacional con vistas a que el mundo haga la transición hacia sociedades y economías resistentes y de bajo consumo de carbón. Si se logra, sería el primer tratado internacional vinculante en 20 años de conversaciones sobre el clima en las Naciones Unidas, y afectaría a países desarrollados y en vías de desarrollo.

— Lynette Wilson es redactora de Episcopal News Service. Traducción de Vicente Echerri.


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